jueves, 7 de julio de 2011
EJERCICIO DE CREACIÓN, ESCRITO POR FRANCISCO NUCAMENDI PULIDO
LAS SIETE
Por las siete agudas
doncellas
esquinas
espinas
y limoneros.
Siempre que leo este verso de Mario Escobar, recuerdo claramente el caso de las siete.
Fue hace mucho tiempo, saber cuánto, eran siete muchachas chulas, chulas. Mirá de la calle que va al panteón flanqueando el parque hasta el patio de toros vivía una con sus ojazos de sol y su piel como de nube. Mero enfrente, del otro lado del parque vivían dos, la mayor apiñonada de cabello lacio y nariz así paradita, la que sigue morenita pizpireta con su pelo castaño. Flanqueando esa calle vivían las demás. Una al lado de las dos, sonrisa de almíbar y ojos de miel, enfrente estaba la güerita blanca como espuma y sortijas en su pelo. Frente a ésta vivía una varita de canela de pelo lacio y dientes grandes. Y más adelantito pasando la calle que remata en la casota vivía la más mayor con carita y modales de princesa, amiguera por su risa contagiosa. Todas bien chulas, chulísimas.
Pasó la feria de San Sebastián, el 20 de enero era un regocijo verlas dar vuelta al parque y comprar sus curtidos en las zacatecas, hasta se subieron al veinte de don Popo.
Una mañana muy temprano las campanas del templo sonaron a rebato los vecinos consternados salieron hasta el parque, no se veía humo señal de incendio, no hubo temblor, ni tromba, en febrero sólo el viento asusta.
El cura flanqueado por madres y padres de las muchachas desde el kiosco alertó a los batanecos.
"Han desaparecido siete bella doncellas de este barrio, quien las tenga en su poder, por amor a Dios y a estas madres que lloran, devuélvalas. Vecinos, si alguno sabe el paradero de las muchachas, guardaré secreto de confesión, sólo indiquen donde las llevaron y sus padres amantísimos darán amplia recompensa sin averiguaciones. Regresen las niñas a sus casas, vuelva la felicidad a sus hogares, hagamos una oración por su salud y pronto retorno."
Se aproximaba la fiesta de San Caralampio y a estas alturas todo el pueblo estaba alarmado sabedor de las desapariciones.
En solidaridad el munícipe solicitó a los pileños y comunidades cancelar la romería del diez de febrero, pero ¡‘onde compa!, esa se hace porque se hace, ¿Qué no Tata Lampo es el mero chingón de estas tierras?, es el único que puede regresar a las muchachas.
Desde la madrugada se comenzó a juntar la gente en el Chumish. De todas las comunidades llegaban tamboreros, flautistas, vestidos, disfrazados.
Los de San Sebastián decidieron impedir su entrada al templo pues la fiesta se celebraría cuando había luto en todo el pueblo.
La romería comenzaba a caminar venían subiendo por El cedro, aplausos, cohetes, gritos de felicidad acompañaban la comparsa. La entrada de flores, más solemne, torció por la calle del resbalón, cohetes anunciaban la llegada del contingente, las campanas comenzaron a sonar. Los batanecos interpuestos decididos a no dejar entrar a los vestidos.
Viene bajando la comparsa, la gente se sorprende, se emociona, las campanas dejan de sonar, los cohetes no revientan. Las muchachas, las doncellas raptadas van en sendos carros personificando a una virgen, a una santa.
Los batanecos se derrumban, el pueblo se disuelve, sólo la imagen de las siete atrae la atención. La pila enmudece, el pueblo rompe en llanto. Llegan las siete al templo y todo es fiesta, truenos y campanas.